Cómo conocí a un editor
Hay encuentros que son dignos de recordar. Uno de ellos es la vez que me desplacé hasta Valencia para conocer a un editor y mantener charlas sobre literatura.
Mucha gente es reacia al tú a tú, me ha pasado muchísimas veces. ¡Precisamente en la era de las redes sociales, la era de los amigos virtuales y el contacto exhaustivo y enfermizo con miles de personas desconocidas, vía digital, a las que les cuentas de todo cada día y no sabes nada de ellas! Irónico, ¿verdad?
Bien, hice un viaje de Madrid a Valencia. Siempre es un placer viajar, por el motivo que sea. Me importa un pimiento la razón. Como si me quiero dar una vuelta por otro lugar diferente al de mi ciudad. Pues todo fue genial, y pasó hace años, así que la amistad sigue su curso. A pesar del calor (era el final del verano, pero ya sabemos cómo las gasta el clima mediterráneo), me mantuve despabilado intentando no dormirme en nuestras charlas. Yo lo escuchaba a él más que nada, porque me estaba dando verdaderas lecciones literarias y de mercadotecnia para escritores. En esos tiempos aún no había publicado yo nada, se entiende. Fue muy fructífero todo, en serio. Y, más tarde, después de regalarme un ejemplar de un libro icónico suyo, me dijo de ir a cenar esa misma noche con su pareja.
Es bueno matizar, también, que contactó conmigo por una reseña en mi blog, donde él me hablaba de la nueva edición de un título muy interesante, y que, a día de hoy, sigue siendo la mejor en el mercado español. Es decir: nos conocimos de la nada, como quien dice.
En esos momentos, había invitado a un amigo a venir, de emergencia, a Valencia. Eso fue durante mi trayecto de ida en el tren. Había tenido un problema, y le dije: "Coge el coche, y ven". Y sí, desde Madrid también. Y así fue. Le busqué un alojamiento, porque donde yo me encontraba no quedaban habitaciones. Y ya, por la tarde, cayendo el sol, nos encontramos. Para ese momento, la cita para la cena estaba ya agendada. Así que dimos una vuelta por el centro, nos preparamos y, al llegar la hora... Como el restaurante estaba a las afueras, decidimos ir en su coche.
Pues nos pasamos casi dos horas buscándolo, porque no recordamos dónde lo había aparcado.
Ni cena, ni nada.
Y yo sufriendo, pensando que este editor creería de mí que soy un impresentable, un aprovechado, que era una excusa barata. ¿Cómo es posible que no encuentres el coche en el que vas a venir? Nota: estaba informado de que iba a acudir con mi amigo en su coche, por eso no le dije que me recogiera.
Me sentí destrozado. Era una cita importantísima para mí, y había quedado por los suelos, ofendiendo a alguien que me había entregado su tiempo, su libro y su saber hacer como editor. Avergonzado me cabreé con mi amigo. La jugada había salido mal: por intentar ayudarle, había perdido la oportunidad y la confianza de alguien que se había fijado en mí, en mi blog, mis artículos, mis (pocos) relatos, y que todo ello le había gustado.
Nada de eso pasó, al contrario. El editor cenó con su esposa, tranquilamente, y nos vimos al día siguiente, todos, para tapear un rato a la hora de la comida. Menudo embrollo me había montado en mi propia mente. De eso se desprende, y no es por fardar, cómo soy en realidad cuando se trata de generar un contacto que me había aportado mucha riqueza, no solo en materia de "contactos en el mundo literario", sino de una amistad sincera.
Me alegro de que todo aquello sucediera como pasó. Porque, entre muchas amistades, pocas se pueden ver rodeadas con ese mítico halo de "¿recuerdas cómo nos conocimos?" Quizá para él no suponga lo mismo, pero para mí, sí, porque ahí está el encanto de las relaciones personales, de conocer en vivo y en directo a una persona, sea quien sea.
Hay una historia que recordar.
Comentarios
Publicar un comentario