El hombre que quiso advertirme sobre el diablo
Una vez lejana en el tiempo, estaba yo esperando el tren en la estación una noche, sobre las nueve y media, y observé a un señor de unos 50 años pelearse con la máquina de billetes. Entonces, desesperado, me pidió ayuda, pues era el más cercano a él. Me lo agradeció con una actitud de educación poco vista en los últimos años, pero más común en gente de su edad. Muy correcto y amable, sus formas parecían las de la gente de hace décadas, de los años de juventud de los padres y de la madurez de los abuelos.
El hombre, hispano, vestía muy bien a la antigua usanza, y portaba un maletín. Bajamos separados al andén, y una vez que llegó el tren, subí al vagón y busqué, como siempre, un lugar tranquilo y resguardado del resto de pasajeros. Cuál fue mi sorpresa cuando este señor se sentó en el asiento frente al mío. Había elegido el espacio de asientos abatibles, y no había caído en la cuenta de que formaba el típico grupo de cuatro asientos enfrentados por parejas. En un principio me molestó su presencia, pues teniendo el vagón vacío y a su disposición, fue directamente a encontrarse conmigo.
Debo confesar que su conversación era muy agradable. Pensé que tenía ganas de comunicarse, al ser alguien de otro país, tendría otra costumbre a la hora de dialogar que, a veces pienso, los españoles no entendemos y no nos gusta. Siempre he creído que los hispanos son más abiertos a la hora de entablar conversación con desconocidos, así como éramos nosotros hace treinta o cuarenta años. Algo que se ha perdido, por desgracia, y lo digo con conocimiento de causa, por mi edad.
A medida que avanzaba el viaje, la conversación tomó otro trasfondo. No quería pensar mal, pero ya sabía a esas alturas que este señor quería hablar conmigo por alguna razón, que no era fortuita, de hecho. Tampoco hay nada malo en ello.
Y por fin, ¡oh, sorpresa!, empezó a hablar del demonio. Ahí me quedó claro que era una persona sumamente religiosa y cristiana, quizá no católica, pero eso me daba igual. Aunque lo que más me asombró, fue el papelito que sacó de su maletín. Casi tuve que contener la risa, y aún así me quedé de piedra: el papelito, plegado en cuatro dobleces con texto y dibujos, contenía ilustraciones de Dragon Ball, explicando que los nombres y atributos de algunos personajes eran una incitación al satanismo, y que los niños deberían huir de esta serie de manga/anime porque era una representación del mal y del diablo en nuestra sociedad.
El señor se esmeraba en sus explicaciones, que yo escuchaba con atención. Considero que si alguien te habla con educación de un tema en el que, al parecer, no estás de acuerdo, lo menos que puedes hacer es corresponder del mismo modo. Permanecí callado unos minutos, asintiendo a sus afirmaciones, aunque no significa que las aceptara. Cuando llegó mi parada, nos despedimos, y le agradecí sus palabras, permaneciendo él en su asiento para continuar el viaje, claramente satisfecho de su oratoria y lección dadas.
A mí me quedaban varios minutos para llegar andando a casa, después de haber estado todo el día trabajando en mi negocio, una tienda de cómics donde vendía y leía Dragon Ball, una de mis series favoritas desde pequeño.
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