Hermano Cenizo: El ruido de los escritores
Érase una biblioteca solitaria, vacía de almas y repleta de moho. Ahí estaba yo, y conocí a un impostor. Hermano Cenizo, se llamaba. No era su verdadero nombre, algo dijo sobre no sé qué escritor y no sé cuál personaje. Y ahí empezó su retahíla de maldiciones hacia las redes sociales y la gente que vende su indiscreción por likes.
Hacer lo mismo que los demás es fácil. Cuantos más se suman, la maniobra en cuestión se convierte en el padrenuestro obligatorio en la misa de las redes sociales. Y yo que estoy, más o menos, al pie del umbral, pensando en dar el siguiente paso o no. Perjudicial no será, si tanta gente no deja de hacer ruido constantemente. Pero a mí me gusta el silencio en todos los aspectos.
Me resultará difícil olvidar la escena de los hermanos Ceniza, esos que Arturo Pérez-Reverte dejó sueltos en su aventura bibliófila, y a los que de inmediato me incorporé a sus filas enamorado, perdidamente, de su actitud agresiva contra lo mainstream, sin que supieran siquiera qué es eso. O sí, porque existe desde hace mucho. Y las palabras cambian, así como cambia y evoluciona la propia herejía a la que refieren.
Soy animal discreto, de esos con vida nocturna más bien, ratón de biblioteca que nos llaman a veces. Mi narrativa también tiene que serlo, porque apenas la saco a la luz debo rociarla con protector solar, no vaya a ser que acabe hecha escoria. Y si hablamos de mostrar el hocico, poco más bien. Crecí la mitad de mi vida fuera del escaparate, y ahora veo que todos son maniquíes. En la segunda mitad de mi vida, repleta de totalitarismos populares, soy un pollavieja, o como dicen por ahí, “de los de antes”.
Me sorprende la arrogancia de la juventud que pierde los estribos más por vanidad que por la natural belleza de la primera madurez, esa que te hace comerte el mundo hasta que el mundo te come a ti, si se lo permites. El principal motivo que me lleva a las redes es sencillo y alejado del mundanal ruido de los que, ansiosos por destacar, colman los muros y timelines con sus propias cosechas. Perro ladrador, poco mordedor.
Aprendida la lección queda: los silenciosos valen más. Prefiero pecar de digno que de soberbio.

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